Debería haber un lugar adonde las malas ideas vayan a morirse. La primera que habría que mandar en un viaje de primera clase sin boleto de regreso a las profundidades abisales debería ser eso que coloquialmente se conoce como el “techo de algodón”. Acuñado por un pornógrafo, hombre “lesbiano” para más señas, el techo de algodón se refiere a la barrera con que se topan las transmujeres cuando se les niega el acceso a relaciones sexuales con lesbianas. ¿Te sorprende? Sigue leyendo.
Estás a punto de quedarte pasmada ante la apropiación de las vidas, los temores y la cultura de las mujeres a manos de la manifestación de mayor actualidad de la homofobia. Es de suyo un ataque a la autonomía sexual y corporal de todas las mujeres, en especial las lesbianas, y las organizaciones que supuestamente defienden los derechos de lesbianas y hombres gays no nada más lo refrendan sino que lo celebran con entusiasmo, tanto que el objetivo de esas organizaciones ya no son los intereses de gays y lesbianas sino la cuenta bancaria.
Nos puede dar una idea de cuán patas arriba se ha vuelto el debate transgénero gracias a las organizaciones y la política LGB&T el hecho de que la persona que escribe este texto sea transexual. Sin embargo, me encuentro en una posición excepcional para escribirla, dado que soy un hombre que “vive como mujer”, signifique eso lo que signifique, y puedo ver exactamente cómo piensan demasiados activistas por los derechos transgénero. Y como cualquiera que alguna vez haya participado en redes sociales sabe, toda crítica a la ideología transgénero (que todos tenemos el derecho de aceptar, criticar o rechazar), cualquier desviación del mantra chupacerebros “Las mujeres trans son mujeres”, se enfrenta a que la culpable sea acusada con sus empleadores o reciba amenazas de violencia física, violación o asesinato. Se trata de una forma brutalmente tóxica de activismo por los derechos sexuales de los hombres que de alguna manera ha conseguido proyectar una nueva imagen y reenmarcarse como movimiento por los derechos civiles.
Se trata de una forma brutalmente tóxica de activismo por los derechos sexuales de los hombres que de alguna manera ha conseguido proyectar una nueva imagen y reenmarcarse como movimiento por los derechos civiles.
Cómo se enmarque una discusión o debate es importantísimo, y el lenguaje político a menudo se emplea para reenmarcar las amenazas como cosa inofensiva o vendernos ideas que normalmente nunca albergaríamos. En ocasiones, sin embargo, la única manera de profundizar para en verdad entender algo es alejarse de toda pretensión subjetiva postestructuralista, abandonar la iluminación suave del lenguaje político que con tanto afán se nos ha enseñado y volver a las anticuadas descripciones precisas y basadas en hechos. Por esta razón, en mi escritura todos los pronombres y las alusiones al sexo se referirán al sexo biológico de la vida real y hablaré de los hombres biológicos como tales, por mucho que se la pasen las 24 horas participando en un juego de rol en vivo representando la idea que un hombre tiene de lo que significa ser mujer.
No podemos hablar razonablemente de sexualidad y orientación sexual si no sabemos identificar lo que es el sexo. Ser consecuente a este respecto me permitirá también distanciarme del reenmarcado transgenerista de la naturaleza intínsecamente excluyente de la orientación sexual cuando la presenta como intolerancia y odio, porque no lo es: tenemos permiso de definir nuestros límites personales, íntimos y sexuales y rechazar relaciones sexuales y románticas sin tener que justificarlo.
La idea homofóbica y antilesbiana que se metió en el corazón de la ideología transgénero tiene un nombre, faltaba más: techo de algodón. Antes de que se borrara la entrada, Wikipedia definía el techo de algodón como “la dificultad que vive la gente trans al buscar relaciones lésbicas y gays, y, en un sentido más general, al encontrarse en los espacios lésbicos y gays”. Esto tiene que desconstruirse con todo cuidado; en particular, la base de la exclusión percibida es sumamente importante: los intentos de reenmarcar la exclusión como “odio transfóbico” basándose en que esa exclusión se debe “al hecho de que son trans” es el argumento más común; sin embargo, la verdadera motivación queda revelada descarnadamente en un artículo que Julia Serano publicó en 2014 en The Daily Beast, “The Struggle to Find Trans Love in San Francisco” (La lucha por encontrar amor trans en San Francisco), obra maestra de esa prestidigitación por la que ahora es imposible hablar de nuestra orientación sexual en función del sexo biológico sin que nos acusen de intolerantes o algo peor. El texto incluso se presenta con la siguiente leyenda: “Para una mujer trans, encontrar alguien de la comunidad lésbica de San Francisco con quien salir resultó mucho más difícil de lo previsto”. Esto, al redefinir a Serano como mujer, sataniza ipso facto a esas pinches lesbianas malévolas y a él lo pinta como víctima inocente de una injusta discriminación negativa. Lo que hace Serano es reenmarcar su dificultad para encontrar una mujer homosexual que tenga relaciones sexuales con él y presentarlo como síntoma de una opresión estructural sistemática. Aquí, él, hombre biológico en busca de una relación sexual con una mujer biológica homosexual, estrambóticamente se hace pasar por víctima:
“Si sólo fueran un pequeño porcentaje de lesbianas cis a las que no les interesan en absoluto las mujeres trans, lo consideraría un simple asunto de preferencia personal y listo. Esto, sin embargo, no es un problema menor: es sistémico; es un sentimiento predominante en las comunidades de mujeres queer. Y si la abrumadora mayoría de lesbianas cis salen y cogen con mujeres cis pero no están abiertas a la idea de salir o coger con mujeres trans, o incluso les repele, ¿cómo no va a ser transfóbico? Y a esas mujeres cis que alegan tener una identidad lesbiana y sin embargo consideran a los hombres trans, pero no a las mujeres trans, como elementos del conjunto de personas con las que podrían salir, déjenme preguntarles: ¿qué les hace pensar que no son unas hipócritas?”
Por supuesto, esto sólo funciona si percibimos a Serano como una mujer desfavorecida, y no un hombre cuya idea de “mujer” evidentemente no es sino la de un objeto sexual. Como explica Serano en este pasaje autobiográfico de Whipping Girl:
“Cuando llegué a la pubertad, mi recién descubierta atracción por las mujeres se extendió a mis sueños de convertirme en chica. La sexualidad se convirtió para mí en una extraña combinación de celos, odio a mí misma y lujuria. Porque cuando aíslas a una adolescente transgénero influenciable y la bombardeas con anuncios espectaculares que ponen al descubierto a mujeres en bikini y a muchachos teniendo pláticas de machos sobre las tetas de Fulana y el culo de Mengana, aprenderá a convertir su identidad de género en un fetiche… Mi cerebro de trece años se puso a tramar escenarios sacados de manuales de sadomasoquismo. La mayoría de mis fantasías empezaban con mi secuestro: yo quedaba a merced de algún hombre retorcido que me convertía en mujer como parte de su plan macabro. Se llama feminización forzada, y en realidad no se trata de sexualidad: se trata de convertir en placer la humillación que sientes, transformando la pérdida de privilegio masculino en la mejor cogida de la historia”.
En el mundo transgénero, el problema que nadie quiere reconocer es la influencia de la sexualidad: para los ajenos a la situación, esto es claro como el agua, y un clavado en los tablones de 4Chan (¿4Tran…?) muestran obsesiones con el ánime y un concepto de “mujer”, y por supuesto de “lesbiana”, influido por el porno. La fantasía masculina de ser el espectador frente a dos (o más) mujeres teniendo relaciones sexuales alcanza un nuevo grado de desarrollo cuando se introduce en la escena al hombre excitado que a golpe de identidad se convirtió en “lesbiana”. Éste es el escenario fantástico al que aspira la “mujer trans”: la aceptación como mujer en en el nivel más fundamental, por una mujer que está sexualmente orientada sólo a otras mujeres. Esto es el logro que quisieran desbloquear, éste es el jefe del último nivel.
A nadie debería sorprenderle que “techo de algodón” haya sido acuñado por un actor porno transgénero, Drew DeVeaux, en 2012, y que el término aluda a la estructura sistémica de poder que se ha usado para mantener a las mujeres en su lugar, el “techo de cristal”. Como el porno es, desde luego, una industria para hombres dirigida por hombres, tampoco debería sorprender que otros actores porno trans les hayan reprochado a colegas lesbianas que no quisieran “actuar” con un individuo con cuerpo de hombre y sistema reproductor masculino que funciona. En 2014 Lily Cade, en su artículo “Why I Went to War” (Por qué fui a la guerra), contó de un intento del actor porno transgénero Chelsea Poe de intimidarla:
“Chelsea Poe, una mujer transexual (aún) no operada (o sea un ser humano con pene y testículos) me pidió que la incluyera en el elenco de mi porno lésbico. Dije que no y me acusó de transfobia… Lo que Chelsea me estaba pidiendo era que gastara mi capital, mi energía, la confianza de mi grupo de fans, lograda a lo largo de seis años en el porno, para luchar por su causa: su causa consistente en demostrar que es atractiva. Chelsea me pidió que le diera trabajo en mis películas… Chelsea exigía que en nombre de la “igualdad” le diera uno de esos papeles y pagara para que alguien se la cogiera y así ella poder agitar su pito en la cara de mis fans del sexo lésbico para demostrar que debían dejar de ser intolerantes o no sé qué y aceptar que está buenona”.
Esto no se limita al mundo de la pornografía; incluso antes del altercado de Cade con Poe, los sitios feministas más populares empezaban a reenmarcar la palabra “lesbiana” para que incluyera a los hombres y a regañar a las mujeres que se negaran a acatarlo. El caballo de Troya que es Autostraddle publicó en 2013 “Getting With Girls Like Us: A Radical Guide to Dating Trans Women for Cis Women” (Cómo es la acción con chicas como nosotras: una guía radical para salir con mujeres trans, dedicada a mujeres cis):
“Se refirió a mí como “mujer trans”, y no como “mujer mujer”. Después de eso me costó trabajo seguir platicando y casi no hablé en los últimos minutos de nuestra pequeña y desastrosa cita. Muy bien, señoras, detengámonos un momento, vamos a hacer las cosas como Dios manda. Primero: eso no nada más es hacerle el feo a una mujer trans con la que estás cenando: también es una mujer cis quedando como idiota. Y más allá de eso, esta clase de cissexismo ignorante se interpone y nos impide acercarnos y divertirnos juntas … Si los genitales son la única razón para que te guste alguien, yo sí creo que hay que examinarlo detenidamente”.
Y justo cuando piensas que no hay manera de que la cosa se ponga peor, se pone peor:
“Ya antes había escrito sobre la marginación que he vivido como mujer trans que busca con quién salir en la comunidad de mujeres queer. Quiero volver a recalcar que nadie está obligada a tocar el pene de una mujer si no es eso lo que le gusta. Sin embargo, también es importante subrayar:
1) No todas las mujeres trans tienen pene.
2) No existe una manera general de distinguir entre las mujeres trans y las mujeres cis.
Las implicaciones de estos dos señalamientos es que afirmaciones como “Me atraen las mujeres cis pero no las mujeres trans” no tienen ningún sentido y se originan en un prejuicio social”.
Insinuar que esto se dirige no sólo a mujeres sino también a hombres es hipócrita: Autostraddle y Everyday Feminism (que distribuyó el artículo entre varios medios) son sitios web dirigidos a mujeres, y está claro que su autor está orientado sexualmente a las mujeres. Así, lo que el texto se propone es impugnar cualquier reparo que una mujer pudiera tener a salir en plan cita con un miembro del sexo opuesto. Piénsese en lo que esto significa: hace cinco años, las revistas femeninas en línea aseveraban que las lesbianas debían entregar su cuerpo a hombres que decían identificarse como mujeres. Un excelente ejemplo de la declarada manipulación y el gaslighting que emplean ahora los activistas queda expuesto en un artículo de Femonade, “The Cotton Ceiling? Really?” (¿Techo de algodón? ¿Neta?).
De pronto nos hallamos en un mundo distópico en el que no podemos hablar de sexo biológico, orientación sexual o siquiera nombrar su realidad en relación con el acoso y la violencia sexual y de otro tipo contra mujeres y niñas y quienes la perpetran. Tan sólo piénsese en lo que significaría para todos que nuestros medios noticiosos e informativos y nuestros canales de discusión nos impidieran tener verdaderas conversaciones sobre estos asuntos. ¿Dónde va a acabar todo esto?
Para quien haya estado siguiendo este debate desde sus orígenes será evidente que no ha cambiado nada salvo que esta homofobia ciega al sexo biológico se ha vuelto, fuera de broma, dominante, con una lista interminable de culpables (¡hombres!) que intentan hacerte sentir culpable a ti por tu orientación sexual. Y en virtud de la manera como ahora se nos impone el uso del lenguaje, con Facebook y Twitter expulsando incluso de manera permanente a quienes no nos vamos a someter al dogma de la ideología transgénero, y a que Automattic censura información de los posts de blogs albergados en WordPress, de pronto nos hallamos en un mundo distópico en el que no podemos hablar de sexo biológico, orientación sexual o siquiera nombrar su realidad en relación con el acoso y la violencia sexual y de otro tipo contra mujeres y niñas y quienes la perpetran.Tan sólo piénsese en lo que significaría para todos nosotros que nuestros medios noticiosos e informativos y nuestros canales de discusión nos impidieran tener verdaderas conversaciones sobre estos asuntos. ¿Dónde va a acabar todo esto?
Por cómico y ridículo que parezca que Zinnia Jones hable de su “pene femenino”, que Riley Dennis insinúe que sentirse atraído sólo por gente con determinado tipo de genitales es “cissexista” y tus preferencias sobre con quién salir son una declaración de odio, o que Roz Kaveney alegue que “los penes de las mujeres trans no son penes masculinos”, no te dejes engañar por la arraigadísima homofobia de lo que estos hombres intentan hacer, que es volver inaceptable que las mujeres pongan sus propios límites íntimos y sexuales. Por supuesto, que los hombres heterosexuales traten de hacerlo no es nada nuevo: ahora la diferencia es que se está haciendo con bandera progresista y en nombre de los derechos civiles.
Quienes están metidos en esto suelen decir que hay un factor generacional en juego, que “la gente joven entiende lo que significa transgénero” y que todos los demás no somos más que unos dinosaurios anticuados, con eso de nuestros límites personales y nuestras orientaciones sexuales. Esto, sin embargo, no es sino una cortina de humo para disimular el hecho de que por años ha habido organizaciones infiltrándose en nuestras escuelas, en la cultura y las agrupaciones juveniles, para atacar directamente la salvaguarda de la gente joven basada en el sexo e inculcar que el sexo es algo que existe en nuestra cabeza y no una realidad física.
A quien viera nuestros grupos de apoyo lésbicos y gays se le podría perdonar si creyera que ninguno de estos problemas existe. Aquí en el Reino Unido tenemos en Ruth Hunt, de la organización Stonewall, y Linda Riley, de la revista Diva, a dos mujeres dispuestas a comprometer la integridad de lo que significa ser una hembra humana homosexual, una lesbiana, y estas mujeres, que de hecho son lesbianas, han introducido a su jurisdicción a la clase de gente a la que el lesbianismo excluye, los hombres, y han torcido los objetivos de su organización para prácticamente centrarse en los intereses amatorios del hombre heterosexual. Las preguntas y respuestas del documento “The Truth About Trans” (La verdad sobre lo trans), de Stonewall, es el perfecto resumen de cuán lejos están dispuestos a ir Hunt y Stonewall para eliminar la realidad material de lo que es ser una mujer homosexual:
‘“¿Entonces podría una lesbiana tener como pareja lésbica a una mujer trans, o un hombre gay estar con un hombre trans?’ “Por supuesto, si se gustan. Ante todo tenemos que reconocer que las mujeres trans son mujeres y los hombres trans son hombres. Después de eso, se vuelve un asunto de quién te atrae. Los adultos son libres de tener con otros adultos relaciones basadas en el consentimiento, sea cual sea su orientación sexual o su identidad de género”.
Linda Riley, de Diva, no está dispuesta a discutir con verdaderas mujeres homosexuales sobre si los hombres pueden llamarse lesbianas. Se monta en su macho, y si alguien osa cuestionarle su deseo de validar a hombres heterosexuales como lesbianas, lo reenmarca para presentarlo como nada menos que incitación al odio:
“Me niego a cambiar mis opiniones sobre la Inclusividad Trans dentro de @DIVAmagazine, y cuando te conocí fui muy clara a este respecto. Te lo deletreo: DIVA no imprimirá ni publicará posturas que nos parezca que incitan al odio contra la comunidad trans.”
Este flagrante descuido de Hunt y Riley, este desinterés por la gente a la que fundamentalmente se debe su trabajo, tiene que ver con dinero, claro está: el complejo industrial de la diversidad y la inclusión ofrece grandes recompensas a las organizaciones dispuestas de buen grado a promover el mensaje de que la gente debería dejar de pensar por sí misma y renunciar a tener algún control sobre sus límites personales.
El complejo industrial de la diversidad y la inclusión ofrece grandes recompensas a las organizaciones dispuestas de buen grado a promover el mensaje de que la gente debería dejar de pensar por sí misma y renunciar a tener algún control sobre sus límites personales.
Tenemos entonces que las mismísimas organizaciones que deberían estar combatiendo la aniquilación de la cultura lésbica y gay, que con la etiqueta de “queer” ha visto su fuerza política diluirse a una importancia homeopática, se han vuelto, en cambio, porristas de los pobres, tristes, sexualmente oprimidos hombres heterosexuales, y no muestran ninguna voluntad para impugnar dañinas prácticas culturales que afectan a las lesbianas y gays más jóvenes. Esto se considera “progresista”.
Tan sólo en el Reino Unido, entre 2017 y 2018, 1,806 jovencitas fueron remitidas al Servicio de Identidad de Género de la Clínica Tavistock en busca de tratamiento hormonal y otras intervenciones para convertirlas en “hombres”. No existimos en un vacío, y sin embargo, intentos de buscar las causas de este fenómeno se han enfrentado a ataques de activistas, con lo que se crea un ambiente insostenible para los científicos interesados en investigarlo. Lisa Littman se puso a estudiar un cambio de tónica y modalidad observado con las chicas y chicos que se presentaban con disforia de género: 82.8% (212) de las 256 criaturas del estudio (“Rapid-onset gender dysphoria in adolescents and young adults: A study of parental reports”: Disforia de género de veloz aparición en adolescentes y adultos jóvenes. Estudio de informes parentales) eran mujeres. Por supuesto, quienes se quejaron del estudio eran hombres: para esos activistas, las jovencitas que se ven afectadas por esto no tienen ninguna importancia.
Arielle Scarcella, figura lésbica de You Tube, ha pasado nueve años produciendo videos para su canal y en su trabajo siempre ha incluido las vidas y perspectivas de transmujeres. La comunidad transgénero debería estarle agradecida a esta aliada por su honesto apoyo, pues a fin de cuentas no le debe nada. Pero no: lejos de eso, se ha visto sometida a ataques y maltrato de todos los sectores de la comunidad transgénero.
Arielle siempre ha hablado de la inclusión de las “mujeres trans” en su comunidad y se da cuenta del daño que esta nueva forma culturalmente legítima de coacción sexual está haciéndole. En “Dear Trans Women, Stop Pushing ‘Girl Dick’ On Lesbians” (Queridas mujeres trans: dejen de endilgarles a las lesbianas el “pene femenino”), observa:
“Se les está diciendo a jóvenes lesbianas que su orientación sexual es intolerante. Es hora de que los transactivistas dejen de endilgarles el ‘pene femenino’. Decir que se trata de ‘preferencias’ genitales es un mal uso de las palabras.”
Las víctimas de esta nueva religión son, por supuesto, mujeres: la cultura lésbica se ha diezmado a golpe de bares lésbicos rebautizados como “queer” para ser más “incluyentes”, que en este contexto significa “con menos probabilidad de recibir ataques de activistas transgénero alegando discriminación”. Mediante amenazas directas a su financiamiento, se obliga a grupos, organizaciones y hasta festivales sólo para mujeres a aceptar la “autoidentificación” como el pasaporte a estos espacios, y no ya un conjunto de características físicas compartidas y una vida sufriendo las resultantes consecuencias personales e íntimas.
Esto es la antítesis de la libertad: es una nueva forma de fascismo mediante coacción económica muy astutamente disfrazado de movimiento por los derechos civiles. Si el movimiento por los derechos transgénero puede desciribirse como revolución, es hora de hacer la contrarrevolución. Preparémonos para la ofensiva.
Publicado originalmente el 5 de diciembre de 2018 en AfterEllen.com, lo cual fue todo un honor.
Algunos comentarios en AfterEllen.com que dejan ver por qué era necesario escribir esto:

Antes decían eso de la gente negra. ¡Qué curioso! “Eres lo bastante fuerte e inteligente para combatir a estos malvados blancos depredadores”.

Esto es lo mismo que he estado oyendo de “feministas” supremacistas blancas por más de una década, exactamente lo mismo. ¿Colaboras con nazis y los Proud Boys? Estás afiliado a esa pandilla.
Daniel Santos
Que no te quepa duda: las TERF son supremacistas blancas, absolutamente. ¿Has visto cómo se la pasan hablando de la “elite secreta” que financia al movimiento trans? (Obviamente están hablando de judíos, su desprecio a Soros sólo se compara con los nazis.)
Kelv
¿De veras? Supongo que puedes decirme TERF, como si me importara un pito. Los violadores en potencia con vestido harán y dirán lo que sea para que las mujeres se sometan. Dejen a las mujeres y las lesbianas en paz, cerdos depredadores.
QuestionforQ
Soy negra. Conozco al menos a 3 radfems judías. Esfuérzate más en tu troleo, bebé: tu racismo y tu misoginia casi no se notan.

Basura TERF.
Good Question
Bueno, TERF ahora sólo significa lesbiana, ¿no? A lo mejor un día lo reivindicamos como hicimos con queer y dyke y todas las otras palabras que nos han escupido desde su odio.
David Stewart
No se trata de preguntas. Las TERF lo que hacen es odiar a otros que no encajan en el contexto de sus limitadas cosmovisiones. En Inglaterra y USA parecen estar agrupadas pero fuera de ahí no vale la pena ni prestarles atención. Creo que aquí el asunto es el artículo, mal escrito, y la limitada postura de la autora, que parece transferirles a otros sus propios problemas.

No, es un hombre. En donde vivo no es censurable declarar abiertamente los hechos biológicos, y aprovecharé esta pequeña libertad. Miranda es una persona buena y perspicaz, pero hombre, y esto no tiene por qué ser malo. El sexo no es un defecto de carácter.
Entonces ¿justificas insultar a gente trans con la que no estás de acuerdo? Ni siquiera te dignas sustentar tus palabras con nada que no sean insultos, a pesar de que el formato lo permite. El nivel de discusión es vergonzoso; cómo lo ha deteriorado internet en Occidente. No es nada más la simple urbanidad: te limitas a repetir el dogma una y otra vez, con las mismas palabras que otros simpatizantes trans: “TERF”, “bocona”, “agitadores”, “ideología”. ¿No entiendes que esto no basta para sostener algo y difamar a una persona? Demuéstralo. Piénsalo detenidamente. Miranda escribió un buen artículo, con muchos ejemplos y citas directas. Si crees que se malinterpretó a alguien, señala a quién. Es evidente que tienes tiempo para escribir respuestas razonables, pero prefieres saturar los comentarios con tu retórica hueca.

Por lo menos hay una plataforma de la que no se ha expulsado a Yardley por lenguaje de odio. Veo que AfterEllen se ha vuelto totalmente TERF. No existe el “techo de algodón”; la gente va y escoge a las parejas que quiere. A nadie le importa, pero a Yardley le da un momento para pretender que podría salir con alguien y que no toda la comunidad transgénero lo odia. No representa a nadie más que a sí mismo.

Esto es un artículo muy mal escrito, parcial y con un alcance limitado. Como muchos otros blogueros que esperan ser periodistas algún día, el autor no hace más que elegir los datos que le conviene y confundir con ideas anticuadas. Logra comunicar la crédula ideología de un triste bloguero de 50 años, solitario y pasado de peso, intentando obtener aprobación encasillando a las transmujeres como desviadas sexuales. Si se hubiera tomado la molestia de ver más allá de su propio retorcido reflejo de la sociedad, a lo mejor había escrito un artículo más imparcial. Pero no: huele a algo que una TERF habría pergeñado en una apestosa guarida de drogadictos.
wrongsideofhistory
Y tenemos aquí, señoras y señores, un magnífico ejemplo de verdadera transfobia. Un hombre transexual escribe un artículo cuidadosamente argumentado, bien sustentado, y en vez de abordar lo que señala, este tipo al que le lavaron el cerebro en una secta ataca su personalidad, su apariencia, su edad; lo calumnia y dice que es un perdedor sexual. ¿Ya conseguiste hacer un mundo mejor? ¿Así se ve el “lado correcto de la historia”? Todo lo que ustedes quieren es un pretexto para cobardemente insultar a otros sin que tenga repercusiones, todo bajo capa de “política progresista”.
David Stewart
Creo que quisiste decir mujer. En cuanto a lo mal escrito que está y su baja calidad, lo sostengo. Suelta unas suposiciones y una ideología basadas en seudociencia en vez de pruebas empíricas y luego se lo da de comer en la boca a agitadores con montones de polvos mágicos interseccionales.

Brillante artículo. Ya es hora de la contrarrevolución. ¡Aguanten, mujeres del mundo! Son lo bastante fuertes e inteligentes para combatir a estos viles depredadores. Nunca jamás permitan que un hombre borre su sexualidad. Todas tenemos libertad de elegir, y eso es algo que no vamos a perder, por mucho acoso misógino que nos tiren. Todo mundo tiene que hablar con sus hijos y machacarles que, pase lo que pase, los quieren y aceptan tal como son. No dejen que estos integrantes de sectas retorcidas se les metan en la cabeza. Empiecen a demandar a las escuelas. Las escuelas están para enseñarles a sus hijos a leer y escribir, no para adoctrinarlos. Ustedes están a cargo del cuidado de sus hijos y tienen todo el derecho de protegerlos de cosas/ideas dañinas.
HeyYou
Eres un pendejo.
Ellie
No, las transmujeres son hombres, y como lesbiana sólo me gustan las mujeres. ¿Por qué eso convierte a alguien en transfóbico? No es cierto. Se llama SEXualidad y se basa en el SEXO de la gente, no el género.
The Dread Pirate Steve #812
Exacto. Si no hay pene, no me siento sexualmente atraído. La amistad y el amor son posibles, pero no la sexualidad. No voy a decir que yo conozco mejor que esa persona con qué genero se identifica, pero la atracción no es lógica.
HeyYou
A nadie le importa un carajo quiénes “te gusten”, pedazo de basura.

¡¿Entonces por “empatía” están dispuestas a tener relaciones sexuales con hombres?!
David Stewart
Tener empatía por alguien no es un acto sexual ni exige que lo haya. Más bien lo que se necesita es nada más saber que el autor tiene autoginefilia y no disforia, algo a lo que alude a todo lo largo de su texto.
sabrinal1979
Ajá, entiendo que para la empatía no se requiere un acto sexual, pero tus argumentos insinúan que todas las lesbianas deberían estar abiertas a la posibilidad de tener relaciones sexuales con hombres trans. Todo lo que nosotras, como lesbianas, estamos diciendo es que sólo las mujeres nos atraen sexualmente y que no tendríamos que preocuparnos por lo que la gente siente al respecto… sobre todo si se trata de hombres. Como seguramente casi todas las lesbianas en algún momento, he tenido que lidiar con hombres que vienen y se empeñan en coger conmigo. Un hombre trans no es distinto del tipo buga que trata de “conquistar” mi vagina. Es la misma mierda, sólo que uno lleva ropa del departamento de mujeres.
HeyYou
Por supuesto, perra.

Dominique AR
Algunas personas, sobre todo la autora, tendrían que leer a Judith Butler. Echar mano de ideas biológicas del sexo (que mantienen el binario de género y borran a la gente queer, no binaria y trans) para “demostrar” que las mujeres trans no son mujeres es… típico y violento. ¿Tenemos que seguir usando esta lógica como la base de nuestra argumentación? Voto por que no.

Excelente artículo. Las mujeres no tienen penes. Soy un hereje del género: no es más que las preferencias de personalidad de hombres y mujeres. Ponte falda, bien. Eso no te hace mujer.
sabrinal1979
Estoy 110% de acuerdo. Soy lesbiana/tortillera y sólo me atraen las lesbianas/tortilleras… o sea, gente que NUNCA JAMÁS ha tenido un pene. ¡NUNCA! No me importa que me digan TERF, de hecho en estos tiempos ya es como una medalla de honor. La gente trans tiene que buscar con quien salir entre sus propios grupos y dejarnos en paz a las lesbianas.
Beverly A. Smith
“Soy lesbiana/tortillera y sólo me atraen…”, y a nadie le importa un carajo.

Ahora muérete, TERF.
MyLongestJourney
¿Sabes?, un día de estos uno de esos cabrones que amenazan a las mujeres, como tú, cometerá el error de amenazar la seguridad de una mujer armada y entonces tendremos que recoger del pavimento sus sesos mugrientos.
HeyYou
Jajajá; cállate, perra.
Now, in Spain, a Gender Recognition Law is about to be passed. Main left partys support this, and spanish Feminist Party (the oldest one in Europe) was just kicked out from the coalition they shared with other left groups. Reading Miranda Yardley is comforting and inspiring.Thank you for your words. (Sorry for my English)
Thank you! ❤️